Y vivió entre nosotros
La Anunciación y el Evangelio de la Vida
La Anunciación celebra la visita del ángel Gabriel a la Virgen María para informarle que sería la madre de Jesús. En esta maravillosa fiesta, no solo recordamos el valiente “sí” de María a Dios, sino que también celebramos la Encarnación de Cristo, nuestro Salvador. Porque fue allí, en el vientre de una mujer, nueve meses antes de la celebración del pesebre, que “el Verbo se hizo carne, y vivió entre nosotros” (Juan 1,14).
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La celebración de la Anunciación coincide con el aniversario de la encíclica papal Evangelium vitae (El Evangelio de la Vida). Este documento profético sobre la dignidad y la inviolabilidad de cada vida humana fue escrito en 1995 por el papa Juan Pablo II sobre la Solemnidad de la Anunciación. La íntima conexión de estos dos acontecimientos destaca una profunda realidad sobre la identidad y el valor de cada persona humana.
El Evangelio según san Lucas nos dice que, por medio del poder del Espíritu Santo, Cristo sería concebido dentro del vientre de María. Fue allí, en el vientre de la Santísima Madre, que Cristo primero se hizo carne y vivió entre nosotros. Como nosotros, el niño nonato Jesús creció y se desarrolló bajo el refugio del corazón amoroso de su madre. Por medio de la Encarnación de Cristo, Dios eligió compartir plena e íntimamente nuestra humanidad y crear un puente entre Dios y el hombre, para que podamos vivir juntos.
La Iglesia nos enseña que “el Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre.”[1] Dios deseaba vivir entre nosotros, como uno de nosotros, para traernos la salvación. En esta verdad “se revela a la humanidad no solo amor infinito de Dios... sino también el valor incomparable de cada persona humana.”[2]
Cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de nuestro Creador para compartir la vida de Dios. Esta realidad “manifiesta la grandeza y valor de la vida humana”.[3] La persona humana “es manifestación de Dios en el mundo, signo de su presencia, resplendor de su gloria”.[4] creados por el amor del Padre, cada uno de nosotros lleva “una huella indeleble de Dios”.[5] Al compartir nuestra humanidad, Cristo nos invita a compartir su divinidad para que podamos vivir con él por toda la eternidad.
Por lo tanto, “el Evangelio del amor de Dios al hombre, el Evangelio de la dignidad de la persona y el Evangelio de la vida son el único e indivisible Evangelio.”[6] Por medio del descenso de Cristo a la tierra, Dios nos eleva a las alturas del cielo. Que podamos reconocer que proclamar el Evangelio de la vida es proclamar a Cristo, aquel que vivió entre nosotros.
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[1] Papa Pablo VI, Gaudium et spes: Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo actual, (Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1965), 22.
[2] Papa Juan Pablo II, Evangelium vitae, (Ciudad del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1995), 2.
[3] Ibid.
[4] Papa Juan Pablo II, Evangelium vitae, 34.
[5] Papa Juan Pablo II, Evangelium vitae, 35.
[6] Papa Juan Pablo II, Evangelium vitae, 2.
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Pasaje de la Escritura de Dios Habla Hoy. Utilizado con permiso. Todos los derechos reservados. Pasajes del Evangelium vitae © 1995, Gaudium et spes: Constitución pastoral de la Iglesia en el mundo actual © 1965, Libreria Editrice Vaticana. Utilizado con permiso. Todos los derechos reservados. Fotos: iStock.com/nevodka; iStock.com/sedmak. Fotos utilizadas con permiso. Todos los derechos reservados. Copyright © 2020, United States Conference of Catholic Bishops, Washington, DC. Todos los derechos reservados.