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El Evangelio de la Vida: Breve resumen

La profética encíclica papal Evangelium vitae fue escrita por el papa Juan Pablo II en 1995 para reafirmar el valor y la inviolabilidad de cada vida humana y para instar a todas las personas a respetar, proteger, amar cada vida humana y servirla. A continuación se presenta una breve descripción general de este importante documento.

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El Evangelio de la Vida está en el centro del mensaje de salvación de Jesús para el mundo. Por medo de la Encarnación y el nacimiento de Cristo, Dios nos revela la dignidad de cada vida humana. La vida humana, como un don de Dios, es sagrada e inviolable. El Hijo de Dios se ha unido con todos los seres humanos y desea que compartamos la vida eterna con él. Por ese motivo, los ataques directos a la vida humana, como el aborto y la eutanasia, siempre son inaceptables. Aun así, tristemente, vemos amenazas nuevas y crecientes para la vida humana que emergen a una escala alarmante. Estas nuevas amenazas para la vida a menudo son justificadas, protegidas e incluso promovidas por nuestras leyes y cultura.

 

La vida humana no solo no debe ser arrebatada, sino que debe ser protegida con preocupación y amor. Cada uno de nosotros está hecho a imagen y semejanza de Dios y reflejamos su gloria en el mundo. Dios hizo a la persona humana con la capacidad de amar y razonar y de compartir una relación con él, el Creador. La persona humana lleva una huella indeleble de Dios y es el pináculo de toda la creación. La fuente de nuestra dignidad no solo está vinculada con nuestra creación por parte de Dios, sino con nuestro destino final para pasar la eternidad con el Padre. Al aceptar a Cristo como nuestro Salvador por medio del ministerio de la Iglesia, a pesar de nuestros pecados, podemos comenzar a compartir la vida eterna desde ahora.

 

A pesar de las graves amenazas para la vida humana en el mundo moderno, nosotros, por ser el Pueblo de Dios, somos llamados a poner nuestra fe en Jesús, la “Palabra que es vida” (1 Jn 1,1). Como cristianos, hemos recibido la verdad completa sobre la vida humana según la proclama el mismo Jesús. Al compartir las condiciones de vida más bajas y más vulnerables de la vida humana—incluso la muerte en una cruz—Jesús nos muestra que la vida es buena siempre. El verdadero significado de nuestra vida se encuentra en dar y recibir amor. Es solamente por medio de este entendimiento de una sincera entrega de uno mismo que la sexualidad humana y la procreación alcanzan su verdadero y completo significado.

 

Dios tiene la vida de todas las personas en su amoroso y bondadoso cuidado, lo cual le da significado y valor a cualquier sufrimiento que soportemos. Incluso dentro del ministerio que rodea el sufrimiento y la muerte, estas experiencias pueden volverse acontecimientos de salvación al vincularlos con el sacrificio de Cristo. Al hacer de la vida humana el instrumento de nuestra salvación, el Hijo de Dios nos muestra el incalculable valor de la vida humana.

 

Aunque las raíces de la violencia contra la vida no son nuevas—remontándonos al Génesis, cuando Caín tomó la vida de su hermano Abel—nuestro mundo moderno ahora sufre bajo una cultura de muerte. Los avances científicos y tecnológicos y un creciente mundo secularizado han provocado un eclipse del valor de la vida humana. Sin embargo, el respeto por la vida exige que la ciencia y la tecnología siempre deban estar al servicio de la persona humana y su desarrollo integral. Debemos rechazar los sistemas de pecado estructuralizado que valoran la eficiencia y la productividad por encima de la persona humana.

 

Los gobiernos y las instituciones internacionales promueven el aborto y la eutanasia como marcas de progreso y libertad. Pero esta es una concepción falsa y perversa en la cual la libertad se equipara con el individualismo absoluto. La verdadera libertad es inherentemente relacional y reconoce que Dios nos ha confiado los unos a los otros. A medida que las culturas y las sociedades fallan en reconocer estas verdades objetivas, todo se vuelve relativo y todos los principios se ponen en tela de juicio, incluso el derecho fundamental a la vida. No obstante, la sangre del sacrificio de Cristo sigue siendo nuestra esperanza constante. La entrega de Cristo en la cruz revela cuán preciosa es la vida verdaderamente y nos da la fuerza para comprometernos a desarrollar una cultura de la vida. La sangre de Cristo, derramada por nosotros, promete que en el plan de Dios la muerte ya no existirá y la vida vencerá.

 

La sociedad en su totalidad debe respetar, defender y promover la dignidad de todas las personas, en todo momento y en todas las condiciones de la vida de esa persona. Cada vida es un don de Dios y, en última instancia, le pertenece a él. Él tiene exclusiva autoridad sobre la vida y la muerte. Por lo tanto, somos llamados a reverenciar y amar a todas las personas humanas, amando a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Es nuestra responsabilidad cuidar y proteger la vida humana, especialmente la vida de los más desamparados.

 

Tras haber recibido el don del Evangelio de la Vida, somos el pueblo de la vida y un pueblo para la vida. Es nuestro deber proclamar el Evangelio de la Vida al mundo. Proclamar a Jesús es proclamar la vida. La gratitud y la alegría ante la incomparable dignidad de la persona humana nos impulsan a llevar el Evangelio de la Vida al corazón de todas las personas y hacer que penetre en todas las partes de la sociedad. En cada niño que nace, y en cada persona que vive o muere, vemos la imagen de la gloria de Dios. Celebramos esta gloria en cada ser humano, un signo del Dios vivo, un icono de Jesucristo.

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*Cf. Evangelium vitae © Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano. Este resumen incluye citas y adaptaciones utilizadas con permiso. Se reservan todos los derechos. iStock.com/Florin Patrunjel. Los modelos se usan para ilustración solamente. Las fotos se usan con permiso. Se reservan todos los derechos. Copyright © 2020, United States Conference of Catholic Bishops, Washington, D.C. Se reservan todos los derechos.

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