Cada año, el Segundo Domingo de Pascua, la Iglesia celebra el Domingo de la Divina Misericordia. En la década de1930, Jesús eligió a una humilde monja polaca, santa. María Faustina Kowalska. Durante las apariciones de Jesús a santa Faustina, ella registraba Sus mensajes en su Diario. En una de esas ocasiones, Jesús dijo a santa Faustina, “Hija Mía, habla al mundo entero de la inconcebible misericordia Mía. Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores" (Diario, nro. 699).

Al recordar nuestros pecados, tal vez nos sintamos desalentados o temerosos de acercarnos a Dios; sin embargo, podemos aferrarnos a la verdad de que la Pasión de Cristo en la Cruz no terminó en la muerte, sino en la alegría de la Resurrección. El milagro de Pascua nos da el valor de enfrentar nuestros pecados, confesar nuestros errores y luego recibir humildemente el perdón de Dios y aceptar el gozo que viene con nueva vida en Cristo. En Su amor infinito por nosotros, Dios desea nada más que lavar nuestros pecados y ofrecernos Su misericordia. Preparó un lugar en Su corazón misericordioso para cada uno de nosotros, y ningún pecado es más grande que Su poder para perdonar. 

 

Sin importar cómo hayamos fallado, la Resurrección de Cristo es una garantía de esperanza. La misericordia de Cristo está constantemente a nuestro alcance, si tan sólo nos acercamos a él con fe y confianza en el Sacramento de la Reconciliación. Las palabras que Cristo reveló a santa Faustina, Él también nos habla a nosotros: “Apoya tu cabeza en Mi brazo y descansa y toma fuerza. Yo estoy siempre contigo” (Diario, nro. 498).